Sólo cuando el hombre y la mujer, instalados cada uno en su sexo, se proyectan el uno hacia la otra y juntos hacia su doble vocación personal, es posible que se hagan mutuamente transparentes.
Una de las más verdaderas satisfacciones del hombre llega cuando la mujer a la que deseó apasionadamente y que lo rechazó pertinazmente, deja de ser bella.
Las mujeres han servido todos estos siglos como espejos mágicos que poseían el delicioso poder de reflejar la figura masculina al doble de su tamaño natural.